El arte de los cazadores-recolectores, aborígenes australianos, desde los principios de los Setenta, se ha difundido no sólo desde el punto de vista antropológico, sino a través de su comercialización, rompiendo así el revelador paradigma de ocultamiento inherente a su cultura. Como tal, la iconografía de sus rituales y expresiones corporales de carácter temporal, así como de los dibujos en la arena no permanentes -derivados de la comunión con la naturaleza – se han traducido en un nuevo protocolo de objetivación destinados a la pintura en madera contra-enchapada o murales permanentes sobre laminados de metal, con la expresa intención de colmar la curiosidad de un público externo: un proceso, que viola su confidencialidad a través de su mercantilización como objetos de arte.
Con pocas excepciones, ciertamente bien recibidas por sus inocentes productores, el secreto de las iconografías ancestrales se ha transferido a objetos preciosos de pinturas al acrílico, las cuales se difunden o se transgreden al ser publicadas inevitablemente por coleccionistas occidentales, introduciendo así una, no tan inesperada, consecuencia de un dilema. Hablamos de un dilema que erosiona los protocolos indígenas de iniciación, tal como la narrativa de sus iconografías los obligan a verse y comprenderse a si mismos. Evidentemente, no es suficiente aislar una indeseada difusión Occidental fuera de los ojos de los aborígenes en la confluencia de una comunidad global.
Ya no es posible mantener la parte de los rituales de iniciación que forman parte del ciclo de competencias comunales de sus tribus, mientras que sus objetivadas iconografías se apropian o se hayan atrapadas y consignadas entre la curiosidad pecuniaria y la atracción del coleccionista extraño. En el esfuerzo para apropiarse con el mérito, supuestamente derivado de la admiración, una cultura ancestral se daña con la fuerza externa que consolida su influencia adversa y dominio sobre comunidades nativas en lugar de una simple conservación del acervo cultural indígena.
Una influencia disruptiva se impone sobre el frágil equilibrio ecológico de estas culturas por las destructivas potencias colonizadoras planteadas por investigadores y sus acólitos, antropólogos e instituciones de financiamiento, coleccionistas y sus séquitos de propaganda, así como por insensibles gobiernos locales los cuales están tan hambrientos de atención internacional, quizás en un concepto mal entendido de expiación de sus potencias colonizadoras.
RM
Sept 20, 2009