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Ricardo Federico Morin
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Editor Billy Bussell Thompson
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Ricardo F Morin, estadounidense nacido en Venezuela (1954)
Titulo: Número de serie platónica 0023
Medium: Imagen generada por computadora.
2018
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In memoriam Eva Lowenberger
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El encanto del éxito para uno,
Te organiza la verdad en apuro,
Para prenderla en un lío con uno.
Ricardo F Morin – abril 12, 2021
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Reconocimiento
El libro de mutaciones es una nueva salida de mi trabajo como artista visual. Escribo en colaboración con Billy Bussell Thompson, profesor emérito de la Universidad de Hofstra. Nuestra relación no es la de autor y editor. Como amigos, con una historia de experiencias e influencias variadas, nuestras relaciones van más allá de la mera reacción al otro.
No me considero escritor profesional, ni me importa emular algún estilo en particular de escritura. Tampoco me considero un artista profesional. Sin embargo, he dedicado la vida investigando ambas disciplinas. De convertirme en escritor sería gracias a Billy. Aprender a traducir las percepciones, como hablante no nativo del inglés, ha sido una tarea difícil. Su ayuda en particular ha sido la de entender las diferencias entre los campos semánticos del inglés y el español, mi lengua materna. Nuestras relaciones me hacen tanto un trabajo en progreso para él como para mí mismo.
El proceso que se encuentra en El libro de mutaciones proviene de cómo expresar la memoria en prosa. Era fácil dejar de lado la falta de autenticidad, pero mucho más difícil era eliminar los detalles excesivos. Aún así, la ausencia de lo cancelado dejaba su huella en la narrativa.
Unidos se encontraban recuerdos de eventos casuales o del azar de la vida. Encontrar su unidad era la tarea a mano. Todo se unía en un collage singular.
Para mí, la escritura y la pintura son procesos abstractos. Aunque el proceso de escribir sea diferente al de pintar, cada palabra es como una pincelada o una línea, que culmina en un retrato regenerativo.
El libro de mutaciones documenta recuerdos a través de aquellos matices episódicos de una vida., donde lo que es personal y particular no es el objetivo; más bien uno busca la evolución de la verdad.
Ricardo F Morin – abril 12, 2021
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Capítulo 1
Ignis Fatuus: el mundo entero podría colapsar; para vivir necesitamos falsas esperanzas.
Capitulo 2
Tu abuelo paterno casi nunca hablaba; acostado a su lado, sufrías sus ronquidos. Un domingo por la mañana te sentabas tranquilamente en el banco con él mientras él tocaba el órgano en la Iglesia de Bella Vista de Caracas. Un domingo por la tarde, te llevaba a dar de comer a las palomas en la “plaza mayor” de Puerto La Guaira. Un lunes temprano, se sentaba en un escritorio tallado y tomaba sorbos de café caliente de un platillo de demitasse. Durante un tiempo, hacia girar los pulgares y silbaba una melodía. De repente, te echaba de la casa creyendo que le habías roto algo suyo. Temeroso, cruzaste la calle corriendo y casi te atropella un coche. Te uniste a niños mayores que tú, de ocho años, quienes jugaban a las canicas.
Capítulo 3
Hay tantas cosas que ignoramos que la humildad se convierte en una necesidad, no en una elección. Nada puede ser concluyente en ningún momento.
Capítulo 4
Tu abuela paterna nunca entablaba conversaciones triviales. Para disuadirte de chuparte el dedo pulgar, antes de acostarte, te aplicaba salsa picante en la mano izquierda. Simplemente cambiabas al pulgar derecho.
Capítulo 5
El hombre no controla quién es, ni cómo piensa, ni siquiera cómo se percibe a sí mismo. No controlas quién eres, cómo piensas o cómo te percibes a ti mismo. Preguntar por qué existes u observar cómo cambias de vez en cuando, sólo parece sugerir una falta de control.
Capítulo 6
En su celda, el padre Manuel, el profesor de matemáticas, hablaba consigo mismo. Sus murmullos eran apenas audibles. A menudo nos reprendía por las diferencias entre un hombre grande y un hombre pequeño. El padre principal Lisandro respondía que no había explicación para el mal en el mundo.
Capítulo 7
Los temores sobre la existencia de Dios y el diablo son argumentos imposibles. Es una búsqueda inútil. La cultura, similar a la tradición y la creencia, proviene de la imaginación.
Capítulo 8
Como amigo, Rogelio era atento y considerado. Tu madre te llamó la atención de no acercarte demasiado a él: —era pobre, negro–. Enfadado respondiste: –la pobreza no era vergonzosa y, además, la piel de tu padre era tan sólo un poco más clara–.
Capítulo 9
¿Encuentras significado alguno en mundos imaginativos y ensoñaciones?
Capítulo 10
Durante el almuerzo, el tío Calixto se sentó al otro lado de la mesa. Casualmente anunció el suicidio de una pareja que te había presentado, sólo hacía un mes. Tu consternación fue obvia. El tío Calixto insistía en que no debías preguntar más. Años después, con el mismo tono de truculencia te acusó de malos pensamientos: –Tienes al diablo en ti– por ser gay.
Capítulo 11
Te preguntabas qué tan moral puede ser una persona: ¡alguien quien cree en el diablo, el infierno y la condenación eterna! Para ti dicha moralidad era defectuosa. Para ti la religión no era distinta a la astrología.
Capítulo 12
Hace quince años, Francis murió de cáncer. Su hermano se afligió como si le hubieran amputado un miembro. Prendió fuego a su casa antes de beber anticongelante. La familia no se sorprendió. Los vecinos nos culparon por no haber borrado su dolor. El administrador del edificio llamó al día siguiente alarmado porque habías expuesto 45 pisos a la conflagración, aunque tu no vivías con él.
Capítulo 13
El suicidio no es diferente del homicidio. Matarte a ti mismo no es menos moral que matar a otro. Ambos son actos de cobardía. La conciencia pertenece sólo a los vivos. Matarse a uno mismo es violar la propia naturaleza. Dar cuenta de la locura no puede absolver la agonía. El recuerdo del amor es el único consuelo.
Capítulo 14
Justo antes de la Primera Comunión, tu padre mencionó la muerte. Respondiste que era inevitable. Más tarde lo escuchaste decirle a tu madre que tu respuesta fue bastante inesperada. En Navidad, le anunciaste a tu padre que lo sabías todo sobre Santa. Él respondió: —¿qué planeas hacer al respecto?—. Simplemente te encogiste de hombros y le pediste su bendición antes de irte a la cama.
Capítulo 15
¿Sufres por no ser un inocente?
Capítulo 16
El tendero dijo que conocía a tu familia, así que le pediste que te llevara a casa en la parte trasera de su camioneta. Al llegar allí, se encontró con tu padre en un estado de pánico. Le habías desaparecido y tú pensabas que te había olvidado. A partir de entonces, no asististe a tus clases de arte durante diez años. Luego, cuando eras adolescente, vagabas por tu vecindario. Un día, a últimas horas de la tarde, encontraste a un joven mayor estudiando. Estaba memorizando algo cuando lo interrumpiste. Preguntó por qué le ofrecías dulces y tú dijiste: —¿Por qué no? ¿Acaso no somos vecinos?— Cuando llegaste tarde a casa, tus padres se iban a reportar tu desaparición.
Capítulo 17
¿Puede alguien medir la conciencia?
Capítulo 18
Cada vez que atravesabas por las rejas de la casa de tu mejor amigo, su pastor alemán se lanzaba feroz hasta que reconocía tu voz y tu olor. Ese día, tu amigo no había podido ir a la escuela. No se sentía bien ese día. Sin preámbulos, te ofreció como explicación que lo enviarían a una escuela militar. Agregó que estaba terriblemente molesto y que tenía que deshacerse de su estrés. Te sentaste en silencio al pie de su cama. Los dos intercambiaban monosílabos, mientras él se masturbaba debajo de la manta. Te dijo que tenía que “hacerse la paja y acabar”. Dichas palabras no tenían sentido para ti. Te marchaste con una mirada amistosa sin volver a verle jamas.
Capítulo 19
No alejabas los temores, tanto como debías tener en cuenta su fugaz existencia, como cuando te despiertas de un sueño.
Capítulo 20
De vacaciones con un compañero de clase, tu atención estuvo puesta en su hermano mayor Kiko. Cada vez que tus cuerpos se tocaban temblabas. Temías sentirte abrumado. Mucho después de su muerte, su atractivo te persigue.
Capítulo 21
Desde la primera infancia la inocencia ya se había perdido en el dolor. Hacía mucho tiempo de haberte convertido en un blanco disponible.
Capítulo 22
A los 18 años conociste a Ennio Lombana, después de haber cruzado a la casa de los vecinos. Te convertiste en su víctima sexual. Quizás esto explique ir a la universidad a seis mil kilómetros de distancia.
Capitulo 23
Intentaste no pensar nunca en el miedo, pero se convirtió en una obsesión.
Carta 24
Tu padre y tu tutor de arte te fomentaron la educación en América del Norte, pero temían sus implicaciones. Sus recuerdos permanecen en silencio.
Capitulo 25
La ignorancia es la condición esencial de la existencia. La arrogancia obstruye las percepciones de ansiedad, el dolor de la soledad, el miedo y el desamor. La racionalidad no se puede lograr a través del dogma.
Capítulo 26
La Nena Pérez fue una rebelde de oro para José Luis. Su belleza hechizaba a todos los que la veían. Para su esposa Antonieta, sin embargo, era una intrusa. Décadas más tarde, llegó una carta suya desde Andalucía. En ella Antonieta fue elogiada como toda una señora. Con auto-desprecio, alababa a tu padre. Mencionaste que La Nena no te reconoció en un encuentro casual en Caracas. Estuvo fuera de sí al saber que tu voz ya no le era familiar. Al parecer, se había olvidado de navegar en canoa por la bahía de Tucacas.
Capitulo 27
¿Cómo puede haber amor si uno está vacío? El hastío lo descubre. La importancia personal aspira a la iluminación al igual que el anhelo a la santidad y la humildad. Mas sólo es una suerte encontrar el amor puro.
Capitulo 28
Antes de ingresar a la universidad te inscribiste en un curso de inglés como segundo idioma. El profesor hizo que el aprendizaje fuese emocionante. Su paciencia te desarmaba. A la hora de la comida, hablabas sin descanso, olvidándote de comer, y él sonreía con ternura.
Capítulo 29
La desesperación no puede mitigar el sufrimiento.
Capítulo 30
Tres Marías hicieron vuelo desde Sudamérica a las Cataratas del Niágara para una visita. Se montaron en la noria del parque de atracciones a orillas del Lago Ontario. Su visita fue un completo misterio, excepto que creían que estaban en contacto con extraterrestres. Una de ellas se dio cuenta de que ella no era el objeto de los afectos de Ennio Lombana. El colapso resultante de tu madre fue inmediato.
Capítulo 31
En 1977, hambriento y desamparado, estuviste cerca de morir. Te distraes en las discotecas. Conociste a Donald Bossak y Paul Barret: el primero inseguro y el segundo suicida. Te mudaste a los dormitorios de la universidad para enfrentarte a un grupo de alborotadores, que habían sido incitados por un compañero de habitación. Fuera el extranjero, gritaban, prendiendo fuego a tu puerta. En la graduación te enteras de que la universidad te había asignado un guardaespaldas. Para entonces habías llegado a conocer a un estudiante. Este disidente polaco, Jurek Pystrak, consoló tu miseria. El verano antes de la graduación, estudiasteis juntos en Austria y, después de graduaros, él continuó sus estudios en la Universidad de Pensilvania y tú pasaste a Yale para el MFA. Jurek murió a mediados de los 80 en Berlín. Sólo más tarde te enteras de que fue SIDA.
Capítulo 32
La tecnología ha extendido nuestras vidas a mundos preconcebidos. Los arquetipos algorítmicos imponen un cierto orden al prejuicio, mediante el cual te controla, vende y manipula.
Capítulo 33
Todos los fines de semana, tu y Jurek viajabais entre New Haven y Filadelfia. Antes de tomar su Fulbright, él sugirió que estaba bien salir con otra persona durante su ausencia. Tomaste esto como una falta de lealtad. Desde Berlín escribió que había conocido a un historiador de cine. Después de la muerte de Jurek, Karl visitó tu estudio de arte. Encontró tus lienzos geométricos extrañamente formales. ¿Fue su conversación un eco de su propia influencia en Jurek y de su propia visión de la libertad de expresión artística? Más tarde escribía desde Berlín que se estaba muriendo. En su carta, decía que tus búsquedas con respecto a tratamientos médicos eran inútiles pretensiones misioneras.
Capítulo 34
Pero no era una misión, era compasión por él como pudo haberlo sido por Jurek. Karl estaba lleno de sus propios recuerdos; le rogabas que mantuviera la esperanza.
Capítulo 35
Nunca has llorado por alguien como cuando lo hiciste cuando Benjamin se fue a trabajar a París en 1984. Después de que él se fuera de Nueva York, tu vieja amiga Carol Magar te ayudó a negociar el pase a la ciudadanía estadounidense. Dieciocho años después, murió de cáncer cervical y cinco años antes, Benjamín había ya regresado de Francia. ¿Fue su postura de ironía lo que los separó como amigos? La última vez que te habló fue en una librería en Park Avenue y 57th Street. Allí, con motivo de la promoción de uno de sus libros, le presentaste a tu esposo David. Benjamín se disculpó y se despidió de abrupto para encontrarse con su agente. Más tarde ese año, Benjamín se mudó a Tailandia. Se convirtió en biógrafo y traductor de reconocidas figuras de las artes del siglo XX. Solo gracias a la World Wide Web se puede ver su imagen al envejecer, y su prosa continúa brindándote su particular métier. Sigue siendo tu provocador.
Capítulo 36
En 1987 te diagnosticaron SIDA. Antes del diagnóstico conociste a un clérigo episcopal y actor de una telenovela. Ambos lucharon por tu atención. Durante años uno desaprobaba del otro. El actor era irónico y el clérigo era un libertino. El clérigo murió de un ataque al corazón en 2008. El actor tiene más de 80 años. Su marido se burlaba de tí.
Capítulo 37
Durante los años de histeria del SIDA, tus amigos Philip Jung y Tom Bunny no le tenían miedo a la muerte. Los consolabas cuando yacían tranquilamente en su regazo.
Capítulo 38
Casi ciega, Lyda se veía a sí misma como una mecenas de la cultura latina en los Estados Unidos. Disfrutaba la curaduría de exposiciones de arte en Midtown Manhattan. Un maestro provincial, convertido en diplomático, le hizo valer la idea de que tenían la oportunidad de abrirse al establecimiento artístico estadounidense. Luego, una revolución pseudo-progresista los fortalecían como potenciales populistas.
Capítulo 39
Escuchaste grandes historias. Sus aspiraciones, afines al fervor religioso, nunca se materializaron. Parecían timadores incapaces de renunciar a sus deseos de dominar.
Capítulo 40
Pintar te mantenía cuerdo, dijo un amigo, quien había ido a tu loft. Tus pinturas estaban desarrollando un vocabulario abstracto. Pintabas de noche y trabajabas como diseñador comercial durante el día. Cuando tu salud falló renunciaste a todo y elegiste refugio con tu familia en Sudamérica.
Capítulo 41
Se aprende a vivir con miedo.
Capítulo 42
Te convertiste en un balancín en tu tierra natal. Te encontraste con la repugnancia tanto del establecimiento médico como de la familia.
Capítulo 43
En 1994 las instituciones médicas venezolanas estaban colapsando. Algunos médicos y varios miles de empresas te pidieron que redactases una declaración de misión para la Fundación Metaguardia. Esta se había registrado como un programa para personas con enfermedades terminales. La propuesta pasó a las comisiones del congreso venezolano, de Salud, Educación y Cultura, y hasta las Naciones Unidas. El propósito falló. El Ministerio de la Familia de Venezuela intentó convertir el programa en actividades para los débiles mentales. No pasó nada.
Capítulo 44
En noviembre de 1995, hiciste un vuelo directo de Caracas a Los Ángeles. Habías sido nominado a un Emmy por tu trabajo en En busca del Dr. Seuss. A la mañana siguiente de despertar con una fiebre de 108 grados Fahrenheit, desde una cama de hospital, alucinaste hacer el amor con un ángel quien había descendido sobre ti. A tu enfermera, le habías explicado que la muerte era una ilusión. En tu mente hablaste de dioses y diosas egipcios, de alemanes deambulando por tu habitación, de Zapata luchando por la libertad de México, e incluso de un viaje intergaláctico en una nave espacial sobrevolando el hospital. Una enfermera te pidió que abrieras los ojos. Tu cuerpo había comenzado a desacelerarse; tu vista se había agrandado. Sacando la vía intravenosa de tu brazo, querías huir. No podías caminar, pero de alguna manera, pudiste bailar con la música que tocaba la radio de las enfermeras. Te sentiste en un tiempo diferente. Viste tu casa en Venezuela mientras gateabas por su piso. Las lechadas eran como ríos. Luego abriste los ojos a un océano. Oías el corazón palpitar. Subiste al tejado de tu casa y miraste el cielo despejado. Los fractales de luz pulsaban como miles de arcoíris. Ahora estabas despierto; tus tobillos estaban débiles. Te levantaste sin embargo. Te volviste hacia el médico y le dijiste: –¿Qué significa la dignidad para usted? ¿Eres un ser humano?—
Capítulo 45
Nueve meses después, estabas en casa de tu madre. Tu padre venía a visitaros todas las semanas. A medida que te vuelves más fuerte, él te dice que deberías regresar a los EE. UU.
Capítulo 46
En noviembre de 1996, haces vuelo de Caracas a Nueva York. Tu estadía de nueve meses en Venezuela violó el estatus de tu residencia. —Creo que me estaba muriendo y no podía regresar— respondiste. —Señor, puede proceder— dijo el agente de inmigración estadounidense.
Capítulo 47
Algunas semanas después, tu padre se cae en casa y sufre un derrame cerebral. Después de la cirugía, muere en el hospital. Tu madrastra lo había encerrado como si fuera una bestia. Con dolor pintas de nuevo. Sin más éxito que antes, los rechazos de las galerías continuaron abundando. Con tu madre viajaste a Europa. Ella hablaba incesantemente y luego nueve años después pierde la voz debido a la enfermedad de Alzheimer. Sin padres, no tenías un puente con tus hermanos y hermanas. A lo largo de los años de Chávez y Maduro has ayudado a la familia.
Capítulo 48
En 2012, dejaste de pintar en tu estudio de arte en Jersey City, sólo para volver al arte a través de las tecnologías digitales… Por casualidad has recuperado la confianza.
Capítulo 49
En 1997 conociste a Nelson. Juntos caminasteis por la selva amazónica hasta el Salto Ángel. Nadasteis juntos en Los Roques. Contigo se mostró vulnerable. ¿Fue su suicidio el desahogo de su abatimiento por la muerte de su hermano?
Capítulo 50
En agosto de 1999, te confesabas ante un sacerdote nicaragüense en el Vaticano. Te pide que midieras tus responsabilidades. Lloraste desconsoladamente por la muerte de Nelson. La respuesta del sacerdote: —Esto no es el lugar—. Desde el Vaticano regresaste al hotel, donde te encerraste. Al regresar a los Estados Unidos, buscabas terapia. Allí hablaste de una relación con un profesor de inglés casado con niños, quien te dice: —Tú también me has matado—. Luego entablaste una relación con un alcohólico. Tampoco tuvo éxito.
Capítulo 51
La terapia se convirtió en una muletilla que estrangulaba tu libertad. Al dejarle, el terapeuta se sintió decepcionado. Se había acostumbrado a dirigir tus pensamientos y acciones. Era su empoderamiento y, para su disgusto, te despediste.
Capitulo 52
Cuando tú y David os encontráis, él llena un vacío en ti y tú en él. Se encuentra un respiro en un mundo imperfecto.
Capítulo 53
Se despertó con la quijada que le picaba y tenía una barba incipiente. Frotaste tus mejillas descuidadamente contra su rostro y su olor almizclado. Sus ojos tenían la expresión de un niño cariñoso.
Capítulo 54
Sus ojos brillantes muestran una tímida sensación de asombro.
Capítulo 55
Juntos han viajado por el mundo: el Atlántico, el Pacífico, el Mar de China Meridional, el Mediterráneo y el Mar del Norte.
Capítulo 56
El 27 de diciembre de 2000, la policía informó que un hombre de 39 años aparentemente saltó hacia su muerte desde un edificio de apartamentos en Manhattan el domingo por la mañana. El presunto suicidio ocurrió en Hell’s Kitchen, a poca distancia de tu casa. Era tu médico de cabecera, que se había desplomado desde el sexto piso. La semana anterior, le habías explicado que la última medicación que te recetó te había privado del sueño durante ocho días consecutivos.
Capitulo 57
Algunos amigos de infancia siguen en contacto hoy en día. A los 94 años, Herta es mi amiga más antigua. La conozco desde hace 46 años. Ella fue mi mentora y amiga platónica desde la universidad. Perdió su memoria por la enfermedad de Alzheimer. De la escuela de posgrado de Yale, están Angiolina Melchiori, quien ahora es directora de noticias italiana en RAI TV en Roma; Ariel Fernández, quien es un químico físico e investigador farmacéutico estadounidense-argentino; y Maider Dravasa, vasca francesa con Ph.D. en Lingüística viviendo en París. Los tres han sido mis amigos durante los últimos cuarenta años. Al igual que con todos mis amigos, hemos atravesado los bosques de la vida a través de claros y espesura. Luego está mi buen amigo Billy Bussell Thompson, quien tiene un doctorado en Lingüística, profesor emérito de la Universidad de Hofstra. Creo que Billy ha sufrido lo que Job no sufrió. Conozco a Billy desde hace 34 años desde 1987. Mi verdadera educación comenzó cuando lo conocí. A lo largo de los años, hemos sido coautores en múltiples ocasiones, o ha sido mi editor en casi todos mis blogs de WordPress: “Observaciones sobre la naturaleza de percepción: Plasticidad estética, las artes y una mente humana libre”. Cuando escribí otros cuentos en español, italiano o francés, Billy estaba allí para guiarme y ordenar mis pensamientos en las lenguas romances. “El libro de mutaciones” evolucionó a partir de un collage de reflexiones provenientes de memorias, mi interés y aversión por las ciencias sociales, mi amor por la historia, mi interés por la métrica, su auge y caída en la poesía estadounidense, la prevención del suicidio y la auto-sanación. Billy aporta a mi prosa el deseo de ser preciso y de aligerar esas alusiones mías, molestas, vagas y dispersas, y de superar mis limitaciones de fluidez como escritor bilingüe. Más importante aún, está mi esposo de más de 20 años: David Lowenberger, quien ha ejercido quizás la influencia más significativa sobre quién soy. Sus amigos y familiares también han contribuido de manera importante. Para mi buena suerte, su madre, mi suegra, Eva, me obsequió 20 años de memorable amistad. Digna en todos los aspectos, fue una inspiración como madre y amiga. Recientemente murió casi cinco semanas antes de cumplir los 98. Dedico estos cuentos en su memoria.
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Abril 12, 2021
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Tags: biografia, cuentos costos, Poesía
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