La realidad siempre es mucho más compleja que la ficción. Según declaraciones oficiales y múltiples observadores, el emblema del Estado socialista venezolano, el joven legislador Robert Serra, fue asesinado en “un crimen pasional” por los mismos menores, que formaban parte de los paramilitares civiles llamados “colectivos”, a quienes él sexualmente había explotado. No debería sorprendernos, entonces, que su forma mordaz y astuta de expresarse como político, representante del chavismo, fuera paralela a su vida íntima como sadomasoquista: otra manifestación de la degradación moral y política que reina en Venezuela.
Durante 20 años, estos jóvenes, paramilitares “colectivos”, llevan a cabo la función de asesinar e infligir miedo a través de una amplia ola de actividad criminal, mientras están armados y protegidos por el régimen venezolano de facto de Nicolás Maduro. Los Colectivos asumen que actúan como defensores de las libertades revolucionarias, al tiempo que hacen cumplir la justicia del gangsterismo en un estado tiránico de anarquía. Al mismo tiempo, la dictadura de Maduro pretende disociarse de su relación con estos grupos creando acusaciones falsas y elevando a Robert Serra como mártir, y los Colectivos a su vez amenazan con unirse a un golpe de estado contra el gobierno de Maduro.
Dejemos en claro que el gangsterismo y la defensa de la libertad no pueden coexistir en solidaridad, y que una revolución socialista apoyada por gangsters es una revolución falsa.
La propaganda chavista tiene como objetivo propagar la idea de que el hambre experimentada por los seguidores chavistas no es real, que el colapso económico actual es el resultado de algo más que la ineptitud de sus gobernantes. Las amenazas de los gángsters están destinadas a suprimir la libertad de expresión del individuo para mantener este tipo de gobierno tiránico populista, centralizado en una economía falsa paternalista: como las condiciones retrógradas y bárbaras de Rusia hoy. La verdadera guerra del legado ruso es la guerra del hambre impuesta por sus propios gobernantes (como en la historia de Cuba y Rumania) que monopoliza los recursos nacionales para mantenerse en el poder.
La comprensión de esta realidad solo se puede encontrar en cada individuo, siempre y cuando él o ella no acepte el bozal de miedo impuesto por el terror y el adoctrinamiento. Es más fácil para los Castro, Putins y Maduros del mundo incitar al odio a un enemigo con respuestas imaginarias que responder al estado de vergüenza y confusión promovidos por ellos mismos, sumidos en una grotesca ambición de poder.
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