La inmadurez de los hispanoamericanos en general es producto del destructivo legado español, el cual menoscabara la integridad psicológica de los pueblos americanos a partir de su colonización. Hablamos de un legado de inseguridad psicológica, enraizado en el sentido de dependencia sobre un Estado corrupto. El Estado no actúa para la prosperidad de la nación pero como un ente controlador de las libertades individuales, el cual restringe el amplio desarrollo de recursos humanos y naturales con el objetivo de enriquecer al gobernante. Y es de allí que el carácter distintivo del hispanoamericano se fecunda en la enemistad con el capitalismo: un sistema económico que se moviliza por la libre y competitiva inversión empresarial, aquella Libertad que solo puede funcionar bajo la libertad del individuo minoritario, bajo los preceptos libertarios de una República que se rige por la separación de poderes gubernamentales y la autonomía de cada una de sus instituciones.
Al igual que la España del siglo 14 hasta nuestra era, ninguno de los países hispanoamericanos tiene un entendimiento cabal sobre el significado del libre comercio. El mercantilismo competitivo se desconoce por que no existe en la práctica.
El significado de la protección colectiva no es más que la explotación de sus recursos para beneficiar a la clase gobernante. De igual manera el incentivo a la producción individual es ausente o es una rareza, por mucho que se hable de ello, o se elogie al escaso puñado de personas que tengan suficiente perseverancia para producir a pesar de las limitaciones de regímenes populistas. Simplemente no existe el respeto a la propiedad privada, a la dignidad de la personalidad individual; así como tampoco existen los fundamentos para lo que generaría la vialidad a un mercado libre que lograse una estabilidad macroeconómica.
Los demagogos hispanoamericanos y sus supuestos reformadores, dictadores y caudillos, entonces aglomeran poder para explotar dichas limitaciones y vulnerabilidades, a través de castas que se enriquecen robando recursos comunes o forjando la mala distribución de recursos que permite una pobreza mayoritaria.
Allí tenemos por ejemplo a una oposición venezolana, la supuesta resistencia a la tiranía actual de Venezuela, mientras se deja influir por la enemistad o desconfianza al capitalismo libertario de los Estados Unidos de America (en parte en contra de los esfuerzos antidemocráticos del régimen de Trump!), inspirados por las mismas falacias de Fidel Castro, de quienes piensan que el objetivo de una transición del Madurismo o del Castrismo sea “el quítate tú pa ‘poneme’ yo”; pretendiendo ser mejores en el ejercicio del mismo sistema socialista populista, con los mismos consejos ministeriales fundados por el populismo Chavista: en función de los mismos valores de dependencia al estado corrupto, del cual reciben dádivas para ofrecer pan y circo a las masas.
Si hubiese habido la inteligencia precisa para comprender este reto, para establecer una economía estable y productiva, por ejemplo, que no fuere mono productiva, en vez de crearse carteles de drogas que llenen los bolsillos de generales y de la inteligencia cubana que los apoderaran, el régimen actual venezolano de los últimos 20 años y el Castrista de los últimos 60 años—de quienes se empecinan sobre los mismos atavismos retóricos—ya hubiesen remediado la hambruna que ha imperado entre sus pueblos. La diáspora latina hacia Norteamérica que representa el fértil enemigo de los demagogos hispanoamericanos, habla volúmenes sobre la falsedad de dichos gobiernos.
De estos haber sido realmente inteligentes y productivos, los pueblos hispanoamericanos ya hubiesen establecido un mercado libre, legalizando hasta el comercio de drogas para imponerse sobre la demanda mundial, en vez de unirse al crimen organizado internacional; o se hubiesen diversificado la producción de la industria privada, en vez de expropiar empresas para defalcar su rendición, o abrogar los derechos individuales de quienes producen.
Para el miope gobernante y reformador hispanoamericano, la realidad sólo se percibe por la vía de la expoliación y la negación de la libertad individual: es la codicia del hombre narcisista y sin escrúpulos, sin imaginación productiva, en un estado atávico entre la depresión y la crueldad.
Como parte de esa diáspora, mi familia se benefició del ejemplo de nuestro padre, quien, en la mayoría de sus contiendas con el verdadero enemigo, el Estado, esperó cautelosamente al momento adecuado para presentar su mejor defensa.
La tesis de nuestro padre para su doctorado en ciencias políticas, titulada “Capital humano” en 1947, se basó en los principios liberales y universales establecidos por “La Ley” de Frederick Bastiat en 1850. Aunque no pude haberla leído antes de su fallecimiento en 1997; vine a entenderla a través de cómo mi padre se expresara a través de sus acciones y reflexiones.
En una ocasión, lo escuché manifestar a su agente inmobiliario en mi presencia, cuando yo era tan solo un niño de siete años, que era preciso sacrificar la vida, si nuestra libertad y propiedad privada alguna vez hubiesen estado amenazadas por un sistema populista. La ironía es que mi padre efectivamente murió dos años antes de que Hugo Chávez viniera a establecer un sistema de semejante calamidad para la humillación de todos los venezolanos: A partir de su elección presidencial en 1998, y el nombramiento ante morten de la dictadura Madurista hasta nuestros días.
Y por supuesto, comprendí desde temprana edad que el rechazo extremo que mi padre expresaba de su misma existencia—bajo dicha amenaza—fue reactiva, por miedo a perder posiblemente, no tanto lo que había acumulado en su vida, sino por la posibilidad de perder su propia dignidad y libertad como individuo. Para mi padre la única opción era la muerte. Como tal, su manifestación tan contundente me sirvió de referencia para fortalecer confianza en lo importante que era el libre albedrío y el máximo coraje que se requiere para defenderse ante la falsedad del populismo.
Al igual que Frederick Bastiat lamentara en defensa de los derechos republicanos, en contra de una monarquia y una oligarquía opresoras en 1850–durante la segunda parte de la revolución francesa–, hoy igualmente lamentamos la fuerza opresora del Castrismo en aquellos países de Centro y Sur America (inclusive en el emergente régimen mexicano de MLO) , donde impera hoy en día un tildado socialismo comunista, su falsedad ideológica a través de la historia; su duplicidad como expoliadores populistas.
Sin embargo, aún enfrentamos al enigma subyacente : La laxitud de carácter y el sentimentalismo de temperamento, el cual solo busca inmediatez y facilidad, sin sacrificio alguno; falsamente creyendo despojarse de cualquier responsabilidad. ¿Cómo cambiar el pensamiento hispano, tan empapado en esa incertidumbre psicológica, que ni siquiera se da cuenta? Incluso en la benevolencia de su madurez adulta, su voz confunde una disculpa con la expresión de una furia comprensible y justificable. De su interior emite un grito cansinamente cínico sobre un conformismo masivo, el cual va más allá de la aceptación; más allá de la autoinmolación; más allá de capitular o doblegarse; más allá de rendirse a la tiranía por miedo extremo: Bien sea esto similar al ahogarse en el estupor de la insidia o mansedumbre recalcitrante—producto del agotamiento opresor—, estando sumiso en la ausencia de ninguna previsión; sin razón o sentido común; desnutrido en mente, cuerpo y alma; sumido en la incredulidad, incluso ante la exigencia del instinto de sobrevivir; o más allá de la confianza en sí mismo, con el abandono total de suprimir su propia voluntad, como en un estado de absoluta abyección. ¿Qué le sucede al individuo entonces que se deja victimizar y prefiere ignorar al vehemente llamado del destino sin elevarse hacia la diversidad de libertades colectivas ?
¿Qué virtud puede haber entre países hispanos de hoy, mientras se pierde la libertad, la justicia, la paz y la vida misma en nombre de un régimen obsoleto como el de los Castros? Estos son invasores, gángsteres vampíricos instalados para establecer un sistema que no tiene nada que ver con ningún sistema, marxista o socialista, quienes pretenden justificarse mediante una supuesta comparación de las faltas de otros sistemas políticos.
Un sistema político debe ser ante todo moral, de lo contrario no vale un bledo. ¿Cuántas veces hemos sido testigos de una revolución política como una manifestación neurótica que invariablemente resulta en genocidio? Este es el destino de la batalla sin tregua impuesta por la anarquía que nos apodera a causa del importe Cubano-castrense.
Puede sonar respetable hablar de justicia, cuando en realidad se trata de una lucha irracional por el poder, cuando los pobres están peor que nunca, cuando el hampa abarca todos los sectores de la vida pública y política, una parodia de la decencia, una burla de los derechos humanos. La solución no está en los libros ni en el tiempo que se necesita para educar las masas. La solución está primero en purgar el carácter ignominioso que se ha sembrado en el corazón de los hispanos. Las víctimas no pertenecen a un solo sector, sino a todos, a manos de un delirante narcisista dictador como era Fidel Castro en su esfuerzo por darnos su último legado nefasto . Insto a que se unan a la protesta de conciencia; La laxitud es el origen de la inmadurez política. Sin unidad, las libertades colectivas, la armonía y la paz no existirán.